Animal: la reconversión de los veterinarios llegó a Netflix


La serie es furor y pone de manifiesto que ya no alcanza con saber curar: ahora hay que saber escuchar, explicar con empatía, contener emociones y, sobre todo, comunicar valor.
De la redacción de Mi Negocio Veterinario
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El veterinario Antón (interpretado por Luis Zahera) tiene todo lo que define a un profesional de campo: experiencia, oficio y una paciencia curtida entre vacas, potreros y madrugones. Pero la vida —y la economía— lo empujan a un nuevo ecosistema: el de las mascotas urbanas y sus tutores.
Así arranca Animal, la nueva serie española de Netflix que, con humor y algo de crudeza, retrata el choque entre dos mundos que hoy conviven también en la realidad veterinaria: el del campo y el de la ciudad, el del “paciente productivo” y el del “hijo de cuatro patas”.
Cuando Antón acepta trabajar con su sobrina Uxía en una boutique de mascotas de lujo, deja atrás la rusticidad del establo para enfrentarse a otro tipo de corral: el de los perfumes caninos, las dietas hipoalergénicas y los tutores que hablan con tono de baby shower. Entre camitas y peluches con nombre propio, el veterinario de boina y botas de goma descubre que ya no alcanza con saber curar: ahora hay que saber escuchar, explicar con empatía, contener emociones y, sobre todo, comunicar valor.
Un contraste real y cotidiano
En los primeros capítulos, Antón repite que “antes bastaba con un diagnóstico y un apretón de manos”; ahora, debe encontrar la forma de decir lo mismo con un emoji. En su mirada se mezclan asombro, ternura y agotamiento, un cóctel familiar para muchos veterinarios que sienten que pasaron —sin escalas— de la tranquera a una sala de pediatría. Lo que en la serie genera risas, en la vida real puede ser fuente de estrés, confusión o frustración profesional.
A medida que avanza la trama, el protagonista atraviesa un proceso de reconversión que, con distintos matices, viven muchos colegas en Argentina y en el mundo: adaptarse a nuevos clientes, con nuevas expectativas y lenguajes. Aprende a hablar “perruno urbano”, a usar palabras suaves para noticias difíciles, a sonreír cuando un cliente le pide turno “solo para que le limen las uñas al nene”, y a respirar hondo cuando una clienta lo corrige con un tutorial de YouTube en la mano.
Pero, como todo buen veterinario, Antón se reinventa. Comprende que detrás de cada exageración hay amor genuino, y que ese vínculo emocional —aunque desafiante— también puede ser la llave para reconstruir su propósito profesional. Entre carcajadas y silencios incómodos, la serie deja entrever que la medicina veterinaria moderna ya no se trata solo de curar animales, sino de entender personas.
Por eso, más allá del humor, Animal pone sobre la mesa preguntas profundas: ¿qué pasa cuando el conocimiento técnico choca con las emociones del tutor? ¿cómo se sostiene la vocación en medio de tantas demandas? ¿y cómo se comunica sin perder la esencia?
Para quienes viven la profesión día a día, la serie puede ser un espejo con guiños y exageraciones, pero también una invitación a repensar el propio rol, a encontrar equilibrio entre la ciencia, la empatía y la gestión.