Inteligencia emocional: ¿cómo tus emociones influyen en las decisiones médicas?


MV y Coach ontológica
guadalupe.egallo@gmail.com
El mayor desafío de los profesionales no es solo saber actuar, sino poder hacerlo incluso cuando la incertidumbre y el miedo amenazan con paralizarlos.
La M.V. Inés observaba con atención al gato atigrado que estaba sobre la camilla de emergencias. Su respiración era entrecortada, sus mucosas pálidas, su cuerpo inmóvil salvo por los espasmos de cada intento desesperado de oxigenarse. La tutora, con el rostro desencajado, suplicaba ayuda entre gritos y sollozos: ese gato era lo único que tenía.
Inés sabía qué hacer. Sus años de estudio y sus incontables prácticas le habían enseñado a actuar en emergencias, a priorizar, a ejecutar con precisión. Pero en ese momento, en el instante crítico donde debía tomar el control, su cuerpo se quedó quieto. Su mente, inundada por la responsabilidad, se nubló.
El conocimiento estaba allí, pero sus emociones le jugaron en contra.
La capacidad de gestionar las emociones y tomar decisiones bajo presión es tan importante como el conocimiento técnico en la medicina veterinaria.
El mayor desafío de los profesionales no es solo saber actuar, sino poder hacerlo incluso cuando la incertidumbre y el miedo amenazan con paralizarlos. Inés comprendió en esa guardia que la inteligencia emocional no es un complemento, sino una herramienta esencial para salvar vidas.
Las emociones en la práctica clínica
A menudo creemos que las decisiones médicas que tomamos en nuestra práctica clínica son producto de un pensamiento estructurado y lineal, como si siguiéramos un algoritmo riguroso hasta alcanzar el diagnóstico y tratamiento correctos. En teoría, debería ser así. Pero en esas listas interminables de probabilidades que nos llevan a un solo punto, rara vez consideramos un factor fundamental: las emociones.
Todavía recuerdo mis últimos años en la universidad, cuando junto a mis compañeros nos reuníamos en ronda para analizar y discutir casos clínicos de papel. Todo empezaba de manera ordenada: «Paciente canino, macho, entero…».
«La inteligencia emocional no es un lujo ni un concepto abstracto: es una herramienta que puede marcar la diferencia entre una buena o una mala decisión, entre salvar una vida o quedarnos paralizados.»
Seguía la reseña completa, la anamnesis detallada, y una lista exhaustiva de signos clínicos producto de una revisión meticulosa. Pero aquel paciente solo existía en el papel. No estaba frente a nosotros. No había un tutor angustiado esperando una respuesta, ni el peso de la responsabilidad sobre nuestros hombros. Además, teníamos la seguridad de estar rodeados por supervisores que corregían cualquier posible error antes de que tuviera consecuencias reales.
La Inteligencia emocional en veterinaria
La inteligencia emocional no es un concepto abstracto ni algo que se estudia en un libro. Es la capacidad de entender lo que sentimos, manejar nuestras emociones y conectar con los demás de manera efectiva. En la veterinaria, esto es clave, ya que cada día enfrentamos situaciones que pueden ser emocionalmente desafiantes.
«La capacidad de
gestionar las emociones y tomar decisiones bajo presión es tan importante como el conocimiento técnico en la medicina veterinaria.»
Podemos dividir la inteligencia emocional en cuatro áreas fundamentales:
- Conciencia de uno mismo: Saber qué sentimos, por qué lo sentimos y cómo afecta nuestra forma de actuar. Si en medio de una emergencia sentimos ansiedad, reconocerlo nos permite gestionarlo antes de que nos paralice.
- Autogestión: Controlar nuestras emociones para que no interfieran con nuestro trabajo. No se trata de reprimirlas, sino de manejarlas para que no nos dominen. Por ejemplo, ante un tutor angustiado, mantener la calma nos permite comunicarnos mejor y tomar decisiones más acertadas.
- Empatía: Comprender lo que sienten los tutores y nuestros colegas. Muchas veces, las personas no expresan todo con palabras, pero su tono de voz, expresiones y lenguaje corporal nos dan pistas sobre cómo se sienten. La empatía nos permite ofrecer un mejor acompañamiento y fortalecer la confianza con los clientes.
- Habilidades sociales: comunicarnos de manera efectiva, colaborar en equipo y resolver conflictos de manera asertiva.
En una clínica veterinaria, el trabajo en equipo es fundamental, y saber escuchar y expresarnos con claridad hace una gran diferencia.
Estrategias que pueden ayudarte
Acá te comparto algunas estrategias sencillas que pueden ayudarte a desarrollar inteligencia emocional en tu día a día:
- Tomate un momento para identificar tus emociones: Antes de entrar a una consulta complicada o una cirugía, preguntate: «¿Cómo me siento en este momento? ¿Esto está afectando mi forma de actuar?»
Ser consciente de ello te ayudará a manejarlo mejor. - Respirá y pausa antes de reaccionar: Si un tutor te reclama o una situación te sobrepasa, tomate un par de segundos antes de responder. Una respiración profunda puede evitar una reacción impulsiva y ayudarte a comunicarte de manera más efectiva.
- Aprendé de cada experiencia: No te castigues por errores pasados. En lugar de enfocarte en la culpa, piensa en lo que puedes mejorar. Preguntate: «¿Qué puedo aprender de esto para la próxima vez?»
- Practicá la empatía: Ponerse en el lugar del tutor ayuda a mejorar la comunicación. A veces, un simple «Entiendo que esto es difícil para usted» puede hacer una gran diferencia en cómo se siente el cliente y en cómo se desarrolla la consulta.
- Buscá apoyo en tu equipo: La veterinaria puede ser una profesión solitaria si no tenemos un entorno de apoyo. Hablar con colegas sobre experiencias difíciles puede ayudarte a manejar el estrés y encontrar nuevas formas de afrontar situaciones desafiantes.
Un factor olvidado…
Lo cierto es que lo que nunca se discute con los estudiantes, profesores e incluso entre colegas es cómo influyen las emociones del veterinario en sus percepciones, juicios, acciones y reacciones. De hecho, muchas veces se cree que los errores que se cometen son básicamente técnicos: una dosis equivocada de un fármaco, tal vez. Sin embargo, a lo largo de los años he observado que los errores técnicos son solo una pequeña fracción de los errores.
La mayoría, en realidad, son errores de pensamiento, y parte de lo que los causa son nuestros sentimientos íntimos, nuestras emociones, las cuales no admitimos fácilmente y a menudo ni siquiera reconocemos.
La inteligencia emocional no es un lujo ni un concepto abstracto en la medicina veterinaria: es una herramienta fundamental que puede marcar la diferencia entre una buena o una mala decisión, entre salvar una vida o quedarnos paralizados. Desarrollarla nos permite no solo mejorar nuestra práctica clínica, sino también nuestro bienestar profesional y personal.
El conocimiento técnico es esencial, pero sin una gestión emocional adecuada, el mejor protocolo médico puede quedar inutilizado.
Integrar la inteligencia emocional en nuestra formación y práctica diaria nos hará mejores veterinarios y, sobre todo, mejores seres humanos.